Música para leer

martes, 5 de marzo de 2013

Lluvia.


Esa mañana al despertarme me tuve que abrigar más de lo normal. Me puse otra chaqueta encima y cerré la cremallera hasta que me tocara la garganta. En el baño el agua salía fría, lo que hizo que me costara el doble lavarme la cara. Cuando tuve que cambiar mi pijama pr la ropa que llevaría a clase, eso sí que fue un suplicio. Desayuné y me limpié los dientes. Entonces salí de casa, y mientras bajaba las escaleras me percaté de lo oscurecido que estaba todo. La carretera, los árboles, las rejas… Un olor a humedad invadía la calle. Sobre mis hombros las gotas del cielo salpicaban mi ropa con sus “buenos días”. Llovía. Llovía sobre el color verde de las plantas, llovía sobre el negro piche y las grises verjas. Llovía sobre el mustio color de las montañas, sobre el mar y la hierba. Llovía sobre mi cabeza acariciando las mejillas sonrojadas de un semblante mañanero.
Al entrar al instituto todos arrastraban los zapatos por el suelo para secarlos del camino. El ambiente era acogedor, al menos para mí. Tras la cristalera de la entrada se podía apreciar la neblina que cada vez cubría más el paisaje.
Bajo un cielo encapotado y lluvioso yo disfrutaba. Me aferraba a mi sudadera y me cubría con mi pelo. Mis uñas color negro se resaltaban en la fría piel blanca de mis manos.
La lluvia y el frío me producían satisfacción y tranquilidad. Ese día no tenía ganas de estudiar ni de hacer nada por obligación. Solo disfrutar de los detalles y el agua, del calor del algodón y la comida bien caliente. De escuchar el chapoteo de los niños al pisar un charco y de los dibujos que hacen las gotas de agua en mi ventana.
Simplemente apreciar ese día encapotado y lluvioso.

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