Música para leer

viernes, 29 de noviembre de 2013

Os presento a Kauria, ella es mi hermana saharaui

Nos conocimos cuando teníamos siete años, ella acababa de llegar de una tierra muy lejana que está muy cerca de nosotros: el desierto del Sáhara. Venía sucia y con la ropa puesta para dos meses. El pelo bien enredado y los tenis llenos de arena. Fuimos a casa en coche y durante todo el trayecto no dejó de mirar el mar, era la primera vez que lo veía. Cuando llegamos la bañamos, le desenredamos el pelo, le quitamos la arena y la peinamos. Sus rizos eran preciosos. A partir de ese día ya nunca, jamás la olvidamos en casa.
Desayunábamos, almorzábamos y cenábamos juntas. Dormíamos en la misma habitación, nos pintábamos las uñas y jugábamos en la piscina. Ella me hablaba de su colegio y yo a ella del mío, me enseñaba sus canciones y bailábamos juntas con  melfas. Me enseñó a escribir mi nombre en árabe y a decir "adiós" en hassaniyya.
Cada año venía y nos reencontrábamos con un abrazo más fuerte que el de antaño. Volvía llena de arena y con el pelo enredado, pero la ayudamos a desenredárselo y darle brillo. Un año ya no vino más, se había cumplido el plazo, tuvimos que despedirnos por mucho tiempo, por no se sabe cuánto tiempo, porque no lo sabíamos. Quizá para siempre.
Seguramente ahora estará llena de arena y con el pelo enredado, llevando a su hermana al colegio, cogiendo agua y preparando comida. Ayudando a su abuela y bailando con sus amigas de vez en cuando, cuando hay tiempo. A veces hablamos por teléfono, pero siempre se corta y no se escucha.

Ella nos dio vida, nos dio fuerza, nos dio valor. Nos enseñó a luchar por las cosas importantes, nos enseñó el valor de amar a las personas. Por ella levantamos las banderas y por ella alzamos el grito a la libertad. Por que nosotros, que lo teníamos todo, aprendimos de ella, que no tenía nada pero lo tenía todo. Ella cambió en nosotros lo que había que cambiar y nos puso en el corazón que la vida es mucho más de lo que creemos, nos ayudó a hacer lo que hoy hacemos. Nos abrió los ojos para ver como vemos hoy.

Me enseñó el servicio y la humildad, me enseñó a sonreír y a luchar.


Os presento a Kauria, ella es mi hermana saharaui y yo formo parte de su libertad.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Tumulto de gente

A veces me siento sola, como si en este tumulto de gente no hubiera nadie. Me siento lejos, muy lejos, e incluso encerrada por momentos. Me invade la necesidad de salir, de correr, de volar lejos. Esa rutina que a todo el mundo parece gustarle a mi me aburre, me cansa, me pone nerviosa.  Nadie parece impaciente, solo yo y eso me preocupa. No hay ansias, no hay novedad, no hay acción ni palabra. Lucho pero a veces me canso. Cuando salgo de aquí es como un respiro, un gran respiro que oxigena mis pulmones para los próximos meses, me levanta y mis músculos se fortalecen. Necesito más, necesito cada vez más. Nos sentamos en esa mesa redonda y entonces surge, se abren todos los corazones, la pasión vuelca nuestros vasos de agua, no paramos de escribir. Él se ve en cada gesto de nuestra cara, los platos de comida no son el centro de la conversación. La música viene y va, los acordes son más que varias notas, el estribillo se canta con los ojos cerrados. El café es una escusa, el sueño no nos quita la conversación. Nace algo, surge algo, ese algo que tanto amamos.Y luego cuando volvemos a casa, no nos sale de la cabeza, necesitamos agradecer una y otra vez a todos y cada uno por todo y por nada. Pero aquí estoy, rodeada de gente, luchando en esta batalla que de lejos apoyamos juntos. Aquí todo el mundo parece subirse a un tren y olvidarse de que somos uno, todos cogen su destino, solo suyo. Y aunque el tren se está quemando a su alrededor, aunque las ventanas se rompen, y el viento constante destroza nuestro vagón nadie se mueve. El tiempo pasa pero nadie mueve un músculo. A veces parece que caminan, pero siempre esperas la total prioridad de sus prioridades, la condición humana puede más. No hay suficiente esfuerzo, hay suficiente pereza. 
Estoy cansada, agotada, me duele la cabeza y las piernas, y por ello me siento agradecida. Cuanta más constancia lleva algo, cuanto más sacrificio y sudor lleva algo, me siento agradecida, cansada pero colmada de la misma cantidad de bien, de más cantidad de servicio y eso es un regalo. Por eso cada día al levantarme, cojo aire, respiro, doy gracias y pido fuerzas, luego, me pongo las botas para salir a ese mundo roto que necesita más amor que nunca, nuestro amor, su amor. Y cuando me canso o me siento débil, vuelo, corro allá, lejos, nos volvemos a unir todos en alma y corazón para coger fuerzas y seguir adelante, llevando esperanza.