Es
increíble. Increíble que en días pasen vidas. El grupo cada día crecía, era
mayor, tenía más fuerza. Éramos todos, cada uno aportando su pincelada al
cuadro. Hablando, haciendo, mirando, pensando... Grandes almuerzos, cenas y
desayunos llenos de sonrisas que pude diferenciar entre trago y mordisco.
Sonrisas sinceras, llenas de amor, que decían más de lo que no podía escuchar
con tanto barullo. Gestos, servicio. Horas de constante trabajo que nos
envolvían en la concentración y el esfuerzo. Cansancio en el cuerpo, dolores de
espalda. Llegar a casa y tirarnos en aquellas mantas verdes del suelo que nos
acogían para descansar. Escuchar la risa de los niños corriendo y saltando,
jugando y dibujando mientras manteníamos los ojos cerrados por minutos. Noches
largas y tan cortas en las que queríamos hablar y dormir a la vez para
aprovechar el mayor tiempo posible. Madrugar para empezar un nuevo y repleto día. Cruzar
los pasillos cantando, bajar las escaleras saltando. Un duro trabajo trabajado
con escandalosas risas de los trabajadores, nosotros. Agradecimiento,
tranquilidad. Conversación, música. Y el gran día, de mañana a noche completo,
arreglos, pruebas, ensayos y carreras. Atravesamos el escenario cada uno
dirigiéndose a su lugar, tocando, alzando la voz, sintiendo lo que allí estaba
ocurriendo, llevando esperanza. Parecía mentira pero llegó el final, el momento
en el que agarrados de la mano nos unimos de nuevo para agacharnos y
levantarnos mirando al cielo, nuestra inspiración. Y aun habiendo salido ya, la gente marchándose, nosotros
seguíamos ahí atrás, abrazándonos con necesidad de soltar lo que llevábamos dentro.
Fotografías unos con otros, una tras otra. Anécdotas y más risas, alegría en el
corazón.
El
domingo nos dio los buenos días. Un gran círculo de personas sentadas, piernas
cruzadas, cojines, libros, sillas. Lo mejor. Compartir. Hablar de lo que decía
el corazón, de lo que rondaba la mente, de lo que sentía el cuerpo. Y llovieron
lágrimas dulces de recuerdos, de paz y felicidad. Llovieron palabras y palabras
que trataban de explicar, de hacer ver lo que desde muy adentro quería salir. Horas
que parecen minutos. Levantados y agarrados de la mano cantando, los ojos
cerrados, hombro con hombro, piel con piel. Más abrazos, de uno en uno, de
todos en todos. Lágrimas, paz.
Después
de todo, llega la peor parte, despedirse. Ese momento en el que tienes que
abrazar a alguien por última vez en mucho tiempo, y es inevitable resistirse a
llorar, porque tu interior te lo pide. Decir adiós a personas que has conocido
hace dos días debería ser fácil, pero la diferencia es que has aprendido a
amarlas como si la conocieras de toda la vida, y ellos a ti también, entonces
es cuando se hace difícil. Difícil tener que mirar sus rostros, observar como
caminan de espaldas hacia su destino, alzar la mano y despedirte de otra que te
hace el mismo gesto. Leer lo que te han escrito, despegar vuestras fotografías
de la pared, dormir en la habitación con camas vacías. Difícil despedirse.
Esta
mañana me he despertado sola, en el silencio de esa soledad que hacía nada
estaba repleta de compañía. He caminado los pasillos, he bajado las escaleras,
visitado cada habitación. Todo estaba vacío. La gran mesa del comedor desprendía
un recuerdo perfecto, el de cada día. Triste sonreía por ello, por lo que en días hemos
vivido. Por lo que cada uno ha aportado al corazón del otro, por las relaciones
y las largas conversaciones. Por las horas sin dormir y los días de trabajo,
por los almuerzos y las bienvenidas, por las bromas y las carreras. Sonreía por
las oportunidades que habíamos tenido, por la vida que allí había fluido. Por
recordar a cada uno, sus rasgos, sus ojos, su forma de hablar, de caminar. Por
las fotografías que guardan ahora todos esos momentos, esas manos pintadas
sobre papel, llenas de servicio.
Cuando
hay tantas y tan pocas palabras… No puedo dar más que las gracias, por todos
esos momentos. Todos y cada uno de ellos, desde el más pequeño hasta el más
grande. Por todas las palabras y el tiempo que me habéis dedicado todos sin
excepción, por animarme, por hacerme sentir algo más de lo que yo creía ser.
Gracias por todos vosotros. Por hacer que las horas fueran como minutos, los minutos
como segundos y los segundos como vidas.