Música para leer

martes, 9 de julio de 2013

Tantas y tan pocas palabras.

Es increíble. Increíble que en días pasen vidas. El grupo cada día crecía, era mayor, tenía más fuerza. Éramos todos, cada uno aportando su pincelada al cuadro. Hablando, haciendo, mirando, pensando... Grandes almuerzos, cenas y desayunos llenos de sonrisas que pude diferenciar entre trago y mordisco. Sonrisas sinceras, llenas de amor, que decían más de lo que no podía escuchar con tanto barullo. Gestos, servicio. Horas de constante trabajo que nos envolvían en la concentración y el esfuerzo. Cansancio en el cuerpo, dolores de espalda. Llegar a casa y tirarnos en aquellas mantas verdes del suelo que nos acogían para descansar. Escuchar la risa de los niños corriendo y saltando, jugando y dibujando mientras manteníamos los ojos cerrados por minutos. Noches largas y tan cortas en las que queríamos hablar y dormir a la vez para aprovechar el mayor tiempo posible. Madrugar  para empezar un nuevo y repleto día. Cruzar los pasillos cantando, bajar las escaleras saltando. Un duro trabajo trabajado con escandalosas risas de los trabajadores, nosotros. Agradecimiento, tranquilidad. Conversación, música. Y el gran día, de mañana a noche completo, arreglos, pruebas, ensayos y carreras. Atravesamos el escenario cada uno dirigiéndose a su lugar, tocando, alzando la voz, sintiendo lo que allí estaba ocurriendo, llevando esperanza. Parecía mentira pero llegó el final, el momento en el que agarrados de la mano nos unimos de nuevo para agacharnos y levantarnos mirando al cielo, nuestra inspiración. Y aun habiendo  salido ya, la gente marchándose, nosotros seguíamos ahí atrás, abrazándonos con necesidad de soltar lo que llevábamos dentro. Fotografías unos con otros, una tras otra. Anécdotas y más risas, alegría en el corazón.
El domingo nos dio los buenos días. Un gran círculo de personas sentadas, piernas cruzadas, cojines, libros, sillas. Lo mejor. Compartir. Hablar de lo que decía el corazón, de lo que rondaba la mente, de lo que sentía el cuerpo. Y llovieron lágrimas dulces de recuerdos, de paz y felicidad. Llovieron palabras y palabras que trataban de explicar, de hacer ver lo que desde muy adentro quería salir. Horas que parecen minutos. Levantados y agarrados de la mano cantando, los ojos cerrados, hombro con hombro, piel con piel. Más abrazos, de uno en uno, de todos en todos. Lágrimas, paz.
Después de todo, llega la peor parte, despedirse. Ese momento en el que tienes que abrazar a alguien por última vez en mucho tiempo, y es inevitable resistirse a llorar, porque tu interior te lo pide. Decir adiós a personas que has conocido hace dos días debería ser fácil, pero la diferencia es que has aprendido a amarlas como si la conocieras de toda la vida, y ellos a ti también, entonces es cuando se hace difícil. Difícil tener que mirar sus rostros, observar como caminan de espaldas hacia su destino, alzar la mano y despedirte de otra que te hace el mismo gesto. Leer lo que te han escrito, despegar vuestras fotografías de la pared, dormir en la habitación con camas vacías. Difícil despedirse.
Esta mañana me he despertado sola, en el silencio de esa soledad que hacía nada estaba repleta de compañía. He caminado los pasillos, he bajado las escaleras, visitado cada habitación. Todo estaba vacío. La gran mesa del comedor desprendía un recuerdo perfecto, el de cada día. Triste  sonreía por ello, por lo que en días hemos vivido. Por lo que cada uno ha aportado al corazón del otro, por las relaciones y las largas conversaciones. Por las horas sin dormir y los días de trabajo, por los almuerzos y las bienvenidas, por las bromas y las carreras. Sonreía por las oportunidades que habíamos tenido, por la vida que allí había fluido. Por recordar a cada uno, sus rasgos, sus ojos, su forma de hablar, de caminar. Por las fotografías que guardan ahora todos esos momentos, esas manos pintadas sobre papel, llenas de servicio.
Cuando hay tantas y tan pocas palabras… No puedo dar más que las gracias, por todos esos momentos. Todos y cada uno de ellos, desde el más pequeño hasta el más grande. Por todas las palabras y el tiempo que me habéis dedicado todos sin excepción, por animarme, por hacerme sentir algo más de lo que yo creía ser. Gracias por todos vosotros. Por hacer que las horas fueran como minutos, los minutos como segundos y los segundos como vidas.