Música para leer

martes, 23 de octubre de 2012

Resguardándome del frío

La verdad es que no tengo ganas de escribir ahora, y cuando no tengo ganas de escribir no me gusta ponerme a escribir porque si me pongo a escribir y no tengo inspiración para escribir sobre algo, no me gusta lo que termino escribiendo. Aunque puede que si cuando escribo me pongo a inventar salga algo, pero al fin y al cabo si escribo sin querer ponerme a ello nunca será lo mismo que si me pongo a escribir algo que realmente hago porque siento que debo escribirlo.
Ahora como ya he empezado, supongo que debería continuar.
Hoy es uno de esos días en los que me levanto totalmente despelujada, me siento en la cama con cara de muerta y me convenzo a mi misma en menos de un segundo de que no pienso hacer hoy la cama. Me quito las sábanas de encima y voy al baño, ignorando por ahora recomendablemente mi imagen en el espejo. Me lavo la cara y recojo mi pelo en una especie de coleta, me pongo las lentillas y regreso a mi cuarto. Tenía una ropa elegida desde el día anterior, pero no conjunta con mi carácter hoy así que abro el armario y voy directa a la camisa que me llama. Una muy sencilla, de color azul marino sin nada que resalte ni llame la atención. Luego escojo unos vaqueros cualquiera y me pongo mis "all star" de diez euros. Hace frío así que también me pongo mi rebeca de color negro y salgo a desayunar. Diluyo en sandwich y saboreo el jugo, luego me lavo los dientes e insisto a mis dos hermanos y mi madre para que no lleguemos tarde. Antes de salir, me suelto el pelo.
Cuando llego al instituto me dirijo hacia mi clase, que está casi vacía y oscura, una oscuridad que me hace sentirme arropada.
A partir de aquí la mañana transcurre. Pasan por mis ojos varios profesores diferentes, distintas informaciones y otros cuantos apuntes más.
Ha hecho frío toda la mañana, así que mi pelo y mi rebeca siguen en el mismo sitio proporcionándome calor.
Cuando acaban las clases vuelvo a casa, donde por desgracia para almorzar hay potaje, hoy lunes. Al menos está caliente.
Voy a mis cuarenta minutos matutinos de natación y vuelvo, me ducho, me pongo cómoda y me abrigo. Me siento en mi escritorio y por fin me siento bien. Siento que ya no voy a tener que salir más de casa y que podré disfrutar de la tranquilidad y de mi soledad, haciendo tarea mientras escucho música, mirar por la ventana y ver el cuelo, oscuro, y más tarde el atardecer, la noche y las estrellas en el firmamento.
Ahora solo estoy escribiendo, con melodías tranquilas de fondo. Estoy escribiendo lo que se me viene a la cabeza, simplemente recuerdos, pensamientos, deseos o sensaciones. A veces me pregunto cómo escribir puede ser algo tan maravilloso, y aunque ya se la respuesta, sigue impresionándome. Yo casi siempre termino yéndome por las ramas, escribo y no me doy cuenta, pero es que es como intentar sacar lo que llevas dentro, cualquier cosa, nunca fluye del todo, o no siempre lo hace de la misma manera.
Ahora tengo hambre, tengo hambre de pasarme tanto tiempo aquí metida, en esta hoja de papel. También tengo ganas de que llueva y se mojen los árboles. Tengo ganas de que el mundo deje de hacer tanto mal y se acerque un poco más a el amor y a la bondad. Tengo ganas de que desaparezca la palabra violencia del periódico, y los titulares de personas que muere porque no tienen ni un solo trozo de pan para echarse a la boca. Tengo ganas de caminar bajo la lluvia mojándome de su frescura, pero con el pelo suelto, resguardándome del frío,