Música para leer

jueves, 30 de enero de 2014

20 años de matrimonio.













No se ni por donde empezar, si con todo o con nada, porque lo que me han dado no se puede ni divisar. 
Mi madre, ella es como el agua, pura, limpia, fresca, transpar
ente y refrescante. No hay nadie que no recuerde su sonrisa. Es la niña buena de la casa, humilde como nadie, con un amor inexplicable y una paciencia que roza los techos del cielo. Le encanta hablar sin parar y se ríe de cosas que nadie entiende, pero nos cuida, nos protege, nos limpia y nos da de comer siempre. Servicio es su segundo nombre, o al menos debería serlo. Parece que no se le ve mucho, pero ella sostiene las columnas para que podamos seguir construyendo. Siente y se emociona con cualquier cosa que toque su corazón, vive y revive con más fuerza que nadie cada palabra, cada acción, cada canción, cada pequeño detalle. Corre y juega y salta aun cuando nosotros ya no podemos. 
Mi padre, él es como un libro interminable, lleno de capítulos y de frases y de música y de recuerdos y de retos y de viajes. Es el filósofo de la casa, el silencioso que llora como mi madre cuando algo toca su corazón. Siempre canta y toca la guitarra, escucha música y se maravilla, mira al cielo y se maravilla, lee y se maravilla, viaja y se maravilla. Aprecia, es capaz de apreciar mucho más de lo que imaginamos. Es fuerte y seguro, la prudencia es su segundo nombre. Tiene el perfecto don de dirigir y nos ha dirigido siempre hacia el camino correcto. Él es divertido y tan cariñoso como mamá, y siempre nos dice "te quiero" y nos abraza en cualquier lugar. Nos ayuda a emocionarnos y a vivir con más intensidad nuestros pequeños logros.
Juntos son una combinación perfecta, maravillosa y admirable sin duda alguna.

Ellos son lo que soy hoy, me han enseñado a volar por encima de la tierra, a nadar entre las nubes. Ellos me han enseñado la humildad y el servicio, la disposición y la prudencia, el amor y la seguridad. Me han dado el mundo que hoy llevo en mi corazón, el que se sale de estas cuatro paredes y va más allá de mi país y sus monumentos. Me han enseñado a apreciar el agua, a apreciar los libros. Me enseñaron a caminar y a correr y a quedarme quieta. Me mostraron los caminos y el arco iris, me dejaron decidir qué seguir, qué hacer. 
No hace falta más que mirarles para verme a mi, y eso me honra, me hace sentir una de las personas más afortunadas del mundo. Nos hemos convertido en el equipo perfecto. Somos esos que luchan por la vida, por la libertad y la justicia, por el amor y la dignidad. Arriesgamos el tan apreciado tiempo para utilizarlo, utilizamos todo y más para llevar esperanza a los desesperanzados. Recorremos el desierto y sus jaimas, percibimos el olor a Sáhara de lejos. Casi no pisamos nuestra casa, porque nuestro corazón está en otros lados. Cada día nuestra faimlia crece y habla más idiomas, viste de forma diferente. Vivimos confiando, viajamos aprendiendo, disfrutamos agradeciendo. Y vivimos juntos, compartiendo cada instante, cada comida, cada recorrido, cada fotografía, cada amigo, cada motivo por el que vivimos. 

Pero sobre todo, me han enseñado el compromiso. Y voy caminando mientras ellos van dejándome atrás, sola pero acompañada, siempre conmigo. Porque juntos seguiremos luchando hasta morir, por la libertad de las personas que como nosotros un día nacieron y como nosotros un día morirán. 

Estos son mis padres, David y Elisabet y hoy hacen 20 años de matrimonio