Música para leer

viernes, 23 de noviembre de 2012

Recapitulando.


La plaza estaba llena de gente. Aún se podía ver el azul del cielo, y la claridad del sol a lo lejos. Corría un fuerte y frío viento que me helaba los huesos. Llevaba ropa negra de pies a cabeza como en cada concierto. Si no fuera por el escenario y mi instrumento todos pensarían que me envolvía en luto.
Me acerqué a algunos otros compañeros para saludarles cuando de repente, pasó. Alguien tocó mi espalda solicitando mi atención. Mi mente no llegó a ninguna suposición antes de que me volviese y la viera. Por una milésima de segundo en el mundo, se paró el tiempo. Yo no podía creer lo que veía, no podía digerir aquella imagen ante mis ojos. Un impulso en mi cuerpo me hizo reaccionar con algo que llevaba meses esperando. El abrazo fue único, grande, codicioso. Nos agarramos tan fuerte la una a la otra como lo habíamos hecho siempre. Volvieron momentos y lágrimas. La escuchaba sorber su propio llanto, gotas que hablaban cayendo sobre mi hombro igual que antaño. Caían y caían mientras nos estrechábamos con más fuerza. Todos observaban y se preguntaban en su mente por alguna razón, pero nosotras ni lo pensábamos. Fue como si una cámara diera vueltas a nuestro alrededor, porque ahora las protagonistas volvían a unirse de nuevo. Nosotras dos niñas, adolescentes y jóvenes. La tímida y la revoltosa. Toda nuestra historia vivía una vez más.
Recuerdo verla el primer mes de clase en nuestro instituto nuevo, saltando, haciendo tonterías y llamando la atención. Recuerdo cuando ocupábamos asiento en las gradas de la cancha para ver como los chicos que nos gustaban jugaban al fútbol. Cuando me contaba todos sus viajes o los libros que nos leíamos, o las matemáticas inentendibles las compartíamos.
Fotos, mil fotos que siempre estábamos dispuestas a hacernos. Peinados y nuevos estilos. Canciones y películas de amor que siempre nos anotábamos en la agenda para no olvidar descargarla. Y para qué hablar de la agenda, siempre totalmente decorada, con mil colores y cenefas distintas. Nos llevábamos los bolígrafos equivocados al tenernos siempre al lado, y la mesa terminaba llena de conversaciones a lápiz. Incluso las hojas sueltas que encontrábamos las aprovechábamos grabando frases interesantes o graciosas de los profesores. Recuerdo cuando estuviste ahí en primera fila con pancartas animándome para que ganara el concurso de talentos, cosa que logré. Recuerdo perfectamente mi miedo de atravesar el pasillo hacia clase en los días de mi cumpleaños porque sabía el brutal abrazo y rotura de tímpano que me esperaba, ya que te colgabas de mí con brazos y piernas.
Llevo escuchando tu nombre en la lista desde que tengo trece años. Cada curso en cada clase y cada hora. Tus apellidos, el alemán y el italiano, y tu nombre, especial porque se escribe con dos eses, lo que todos confundían siempre.
Sé todas las veces que reímos juntas hasta estallar y también los que lloramos por una cosa o la otra. Como ahora. Estamos aquí una vez más, aferradas la una a la otra, recapitulando. Y no quiero soltarte, no quiero soltarte porque tengo miedo al futuro, a no saber el momento en que volveré a verte, aunque puede ser pronto, sigue sin ser mañana. Pero por ahora seguimos aquí, disfrutando de una gran historia, la nuestra.

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