Es un
gesto, una mirada. Es una sonrisa que reluce entre la gente. Son rostros que
transmiten armonía familiar, abrazos que liberan a la dolorosa soledad. Las
caricias y entrelaza las manos observando el mar. Besos los de la madre, comida
la de la abuela. Los regalos del corazón y los talentos. Es bailar bajo la
lluvia, cantar mirando al sol. El amanecer que amanece y amaneciendo amaneció
para no repetirse más. Agua fresca, chocolate caliente. La melodía de los
árboles, la percusión menor correteando por el bosque. La brisa fresca de la
noche de verano. Sentarse en un banco al lado de la playa y escuchar lo que los
grandes océanos te pueden llegar a decir. Leer Romeo y Julieta o escuchar a
Beethoven. Palpar las teclas del elegante piano, y hacer de él tu propia
historia. Escribir y plasmar sentimientos, momentos y recuerdos a la luz tenue
de una vela. Admirar la singularidad de Dalí o la arquitectura de Gaudí,
momento que te transmite algo que nunca te volverá a transmitir. Es una frase,
o una palabra. Es todo eso que no se volverá a repetir.
Porque son momentos
únicos, sensaciones, vivencias, segundos sensacionales, inolvidables e
indescriptibles. La vida está repleta de segundos que no sabemos apreciar.
Apreciamos cosas despreciables, que al fin y al cabo, por apreciarlas, perdemos
el juego.
Pero ahí está la literatura, para que quienes están ocupados con esas
cosas despreciables, tengan un momento y paren. Que paren para pensar en dos
palabras: Carpe Diem. Entonces, empiezan de nuevo.
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