La
plaza estaba llena de gente. Aún se podía ver el azul del cielo, y la claridad
del sol a lo lejos. Corría un fuerte y frío viento que me helaba los huesos.
Llevaba ropa negra de pies a cabeza como en cada concierto. Si no fuera por el
escenario y mi instrumento todos pensarían que me envolvía en luto.
Me
acerqué a algunos otros compañeros para saludarles cuando de repente, pasó.
Alguien tocó mi espalda solicitando mi atención. Mi mente no llegó a ninguna
suposición antes de que me volviese y la viera. Por una milésima de segundo en
el mundo, se paró el tiempo. Yo no podía creer lo que veía, no podía digerir
aquella imagen ante mis ojos. Un impulso en mi cuerpo me hizo reaccionar con
algo que llevaba meses esperando. El abrazo fue único, grande, codicioso. Nos
agarramos tan fuerte la una a la otra como lo habíamos hecho siempre. Volvieron
momentos y lágrimas. La escuchaba sorber su propio llanto, gotas que hablaban
cayendo sobre mi hombro igual que antaño. Caían y caían mientras nos
estrechábamos con más fuerza. Todos observaban y se preguntaban en su mente por
alguna razón, pero nosotras ni lo pensábamos. Fue como si una cámara diera
vueltas a nuestro alrededor, porque ahora las protagonistas volvían a unirse de
nuevo. Nosotras dos niñas, adolescentes y jóvenes. La tímida y la revoltosa.
Toda nuestra historia vivía una vez más.
Recuerdo
verla el primer mes de clase en nuestro instituto nuevo, saltando, haciendo
tonterías y llamando la atención. Recuerdo cuando ocupábamos asiento en las
gradas de la cancha para ver como los chicos que nos gustaban jugaban al
fútbol. Cuando me contaba todos sus viajes o los libros que nos leíamos, o las
matemáticas inentendibles las compartíamos.
Fotos,
mil fotos que siempre estábamos dispuestas a hacernos. Peinados y nuevos
estilos. Canciones y películas de amor que siempre nos anotábamos en la agenda
para no olvidar descargarla. Y para qué hablar de la agenda, siempre totalmente
decorada, con mil colores y cenefas distintas. Nos llevábamos los bolígrafos
equivocados al tenernos siempre al lado, y la mesa terminaba llena de
conversaciones a lápiz. Incluso las hojas sueltas que encontrábamos las
aprovechábamos grabando frases interesantes o graciosas de los profesores.
Recuerdo cuando estuviste ahí en primera fila con pancartas animándome para que
ganara el concurso de talentos, cosa que logré. Recuerdo perfectamente mi miedo
de atravesar el pasillo hacia clase en los días de mi cumpleaños porque sabía
el brutal abrazo y rotura de tímpano que me esperaba, ya que te colgabas de mí
con brazos y piernas.
Llevo
escuchando tu nombre en la lista desde que tengo trece años. Cada curso en cada
clase y cada hora. Tus apellidos, el alemán y el italiano, y tu nombre,
especial porque se escribe con dos eses, lo que todos confundían siempre.
Sé
todas las veces que reímos juntas hasta estallar y también los que lloramos por
una cosa o la otra. Como ahora. Estamos aquí una vez más, aferradas la una a la
otra, recapitulando. Y no quiero soltarte, no quiero soltarte porque tengo
miedo al futuro, a no saber el momento en que volveré a verte, aunque puede ser
pronto, sigue sin ser mañana. Pero por ahora seguimos aquí, disfrutando de una
gran historia, la nuestra.