A veces
me siento sola, como si en este tumulto de gente no hubiera nadie. Me siento
lejos, muy lejos, e incluso encerrada por momentos. Me invade la necesidad de
salir, de correr, de volar lejos. Esa rutina que a todo el mundo parece
gustarle a mi me aburre, me cansa, me pone nerviosa. Nadie parece impaciente, solo yo y eso me
preocupa. No hay ansias, no hay novedad, no hay acción ni palabra. Lucho pero a
veces me canso. Cuando salgo de aquí es como un respiro, un gran respiro
que oxigena mis pulmones para los próximos meses, me levanta y mis músculos se
fortalecen. Necesito más, necesito cada vez más. Nos sentamos en esa mesa
redonda y entonces surge, se abren todos los corazones, la pasión vuelca
nuestros vasos de agua, no paramos de escribir. Él se ve en cada gesto de
nuestra cara, los platos de comida no son el centro de la conversación. La
música viene y va, los acordes son más que varias notas, el estribillo se canta
con los ojos cerrados. El café es una escusa, el sueño no nos quita la
conversación. Nace algo, surge algo, ese algo que tanto amamos.Y luego cuando
volvemos a casa, no nos sale de la cabeza, necesitamos agradecer una y otra vez
a todos y cada uno por todo y por nada. Pero aquí estoy, rodeada de gente,
luchando en esta batalla que de lejos apoyamos juntos. Aquí todo el mundo
parece subirse a un tren y olvidarse de que somos uno, todos cogen su destino,
solo suyo. Y aunque el tren se está quemando a su alrededor, aunque las ventanas se rompen, y el viento constante destroza nuestro vagón nadie se mueve. El tiempo pasa pero nadie mueve un músculo. A veces parece que caminan, pero siempre esperas la total prioridad de sus
prioridades, la condición humana puede más. No hay suficiente esfuerzo, hay
suficiente pereza.
Estoy cansada, agotada, me duele la cabeza y las piernas, y
por ello me siento agradecida. Cuanta más constancia lleva algo, cuanto más
sacrificio y sudor lleva algo, me siento agradecida, cansada pero colmada de la
misma cantidad de bien, de más cantidad de servicio y eso es un regalo. Por eso
cada día al levantarme, cojo aire, respiro, doy gracias y pido fuerzas, luego, me
pongo las botas para salir a ese mundo roto que necesita más amor que nunca, nuestro
amor, su amor. Y cuando me canso o me siento débil, vuelo, corro allá, lejos,
nos volvemos a unir todos en alma y corazón para coger fuerzas y seguir
adelante, llevando esperanza.
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